Querido Diario Erótico:
Por fín le he conocido. Es mi yogur
de chocolate. Es aún si cabe más guapo en persona que en foto, es encantador y
huele increiblemente bien. Nos encontramos de casualidad y debo decir que
mereció la pena. Al final los mejores momentos son los que una no planifica.
Allí estaba él, con sus cinco años menor que yo, su semblante serio pero a la
vez tan sexy, los dos primeros botones de su camisa desabrochados dejando ver
un poco de su suave torso. Esos ojos ocuros y profundos con los que a penas me
dirigía miradas fugaces que competían contra su timidez mientras yo le miraba
todo el tiempo. Me encanta todo de él, sus largas pestañas, esos labios
delgaditos que me tanto me atren y ese cuerpo que me está volviendo loca. Era
noche cerrada y aún así adivinaba el tono oscuro de su piel que tanto me gusta,
alimentando mi curiosidad al imaginar si la totalidad de su piel tendría el
mismo color, en el vientre, sus fuertes brazos y todo lo que tapaba esos
vaqueros que tan bien le sentaban. Intentaba escucharle pero me era inevitable
escaparme de vez en cuando a mi mundo en el que todo es posible. Mi insaciable
imaginación. Me hablaba con ese tono de voz tan varonil, tan… sexy, que me
hacía preguntarme si se agravaría aún más entre gemidos en un encuentro sexual.
Tenía que recordarme a mí misma volver a la realidad para seguir la
conversación, me tenía enganchada. Si hubiera sido un hombre más lanzado ten
por seguro que esa conversación no habría durado las dos maravillosas horas que
duró. Sino unos poco minutos hasta que se decidiera a besarme. Pero él no es
así, es dulce y tierno, romántico y caballeroso. Todo un reto a mi autocontrol,
justo lo que necesita para captar toda mi atención.
Me preguntaba continuamente si le
gusto, si estaría deseando besarme tanto como yo a él. Si se estaría debatiendo
entre mirarme a los ojos o a los labios. Si se conformaría con un simple beso
sobre los labios para una despedida o si querría dejarse llevar y pasar largos
minutos con su lengua inundando mi boca. Había tanta tensión sexual en el
ambiente que estoy segura de que todos a nuestro alrededor lo notaron y fueron
alejándose hasta dejarnos prácticamente a solas. Lo que era de comprender ya
que el encuentro se alargó hasta altas horas de la madrugada. Parecía que
ninguno de los dos quería que terminase, o al menos eso es lo que me gusta
pensar. Estábamos haciendo esperar demasiado a nuestros amigos y decidimos
despedirnos con la promesa de volvernos a ver muy pronto. Una despedida
sencilla con dos besos en la cara que me supieron a poco. Quizás mejor así, eso
haría que deseara con ansia el siguiente encuentro.
Volví a casa paseando con una
sonrisa en los labios que había olvidado que era capaz de tener durante más de
un segundo. El aire frío de la noche me sabía a felicidad. Ya no recordaba cómo
eran las primeras citas, los nervios previos, la primera mirada, el primer
contacto, los dos besos de presentación. Mirar hacia todos lados sintiendo
vergüenza y timidez, pensando si alguien nos estaría observando haciendo el
ridículo, sonreir todo el tiempo sin necesidad de fingir. El alivio al
comprobar que es justo como lo habías imaginado y ese cosquilleo, esa sensación
de duda constante… ¿le gusto… no le gusto…? Que te lancen un cumplido que te
hace pensar que todavía estás viva, que aún eres capaz de atraer hombres
atractivos. Que te hace sentir como una mujer, como algo bello y valioso que
pide a gritos que alguien lo cuide.
No sólo era incapaz de dormir, sino
que además no era mi deseo ¿cómo podría querer que acabase un día así? Un día
que recordaría siempre, pasara lo que pasara. Había sido una noche especial y
era mía, sólo mía. Mi noche. Ya nadie ni nada podría hacerla desaparecer de mi
memoria y escribiéndola la haré eterna. Así es como toda mujer debería sentirse
cada día, cada minuto y cada segundo de su vida: feliz, ilusionada, pero sobre
todo, deseada. No es como las fotos de un cumpleaños que te recuerdan tu edad,
un año menos de vida al fin y al cabo. Ni tampoco puede compararse al día que
recibes la llamada en la que te comunican que conseguiste aquel empleo. Una
primera cita es única, irrepetible. Y conseguir que sea perfecta no depende
sólo de ti, ahí está el secreto. Esa otra persona es la que consigue que
funcione.
El calendario de una mujer debería
estar lleno de primeras citas, esas en las que sólo puedes pensar: este hombre
podría estar en cualquier sitio y con cualquier otra mujer, pero está hoy aquí,
conmigo. Y lo mejor: me lo merezco. Y mientras dura no importa lo que haya
sucedido antes o todo lo que sucederá después, solo importa el momento. Me
quedé dormida con esos pensamientos y me sumergí en mis sueños.
Soñé que no terminaba ahí, soñé mil
finales diferentes para mi cita. Imaginé sus besos, ¿cómo serían? Suaves y
dulces o enérgicos y desesperados. Me imaginé tocando su cuerpo desnudo,
besando su cuello, acariciándole… Pero eso ya te lo contaré otro día.
Con cariño y ternura, más ilusionada
que nunca: SR. (Sábado 12 Junio 2010)
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