La tercera escritura conjunta...

       Queridas lectoras y queridos lectores...

       Hoy os quiero presentar otra de las escrituras conjuntas que tanto éxito están teniendo en el blog. Esta vez sí he participado escribiendo y conmigo han trabajando magníficamente: Loles, Macarena, Beatriz, Y Utopía. Haciendo click en sus nombres puedes visitar sus blogs, ¡no te los pierdas! y sin más os dejo con esta preciosa lectura, ¡espero que os guste!...

       Un día cualquiera en una escuela algo peculiar se encontraba Samanta al borde de un ataque de nervios, sus deberes han vuelto a desaparecer y podría parecer algo normal si no fuera porque en esta escuela todo es bastante especial. Todo menos los chicos, que aunque tengas alas, patas o cuernos, se comportan como cualquier adolescente del planeta. 

       El segundo día de clase y Samanta estaba a punto de conseguir su primera nota negativa, y es que ésta es la escuela de híbridos más exigente del país y no es nada fácil ser una de las únicas tres chicas centauro entre tantos cíclopes, sirenas, chicos alados y demás especies. Roberto ha vuelto a hacer desaparecer los deberes de Samanta ¿si no, qué otra explicación puede haber?

       Así que sin pensarlo decide buscarlo y pedirle explicaciones. Se dirige hecha una furia hacia el patio de entrenamiento. A estas horas Roberto debe de estar por allí haciendo de las suyas. Y así es. Samanta lo ve a lo lejos hablando con un chico alado y una cíclope. Seguro que no traman nada bueno.

       Se acerca a ellos y Roberto la recibe con una sonrisa. Y es que él sabe muy bien que ella iría a buscarlo en cuanto se diera cuenta de que le faltaban sus deberes. Su plan empezaba a tomar rumbo.

       –Creo que tienes algo que me pertenece. ¿Acaso creías que no me daría cuenta? –le dijo ella en tono enfadado. Roberto no contestó, sino que hizo un gesto teatral y fingió ofenderse ante tal acusación, pero no borró la sonrisa del rostro. Sabía que eso le pondría de los nervios y era justo lo que pretendía: sacarla de sus casillas. Con otras chicas había funcionado, ¿por qué no con ella?

       Pasaron unos segundos en los que ninguno de los dos dijo nada. Él seguía mirándola, con su sonrisa burlona aún dibujada, y ella empezaba a estar cabreada. Una parte de ella habría estado encantada de borrarle ese gesto de un puñetazo, pero estaban en medio del pasillo y temía dejarlo con su orgullo masculino por los suelos delante de todos… aunque, ¿no era eso lo que conseguía él siempre? ¿Dejar el orgullo de los demás escondido en un rincón? Sin pensárselo dos veces y pillándolo desprevenido, un instante después ya se le echaba encima.

       La chica levantó el puño. La velocidad del gesto inesperado hizo que él apenas pudiese reaccionar a tiempo. El golpe cayó sobre su rostro como un chaparrón de agua helada, girándole la mandíbula. Y, aunque él era más fuerte, dolió. Dolió bastante. La sonrisa arrogante se esfumó de sus labios y se convirtió en un gesto de sorpresa indignada. Frunció el ceño masculino de inmediato, sin quitarle los ojos de encima. Ni siquiera se dignó a llevar la mano hacia la zona dañada. Se fijó en que le estaba observando del mismo modo en que uno mira a su rival dentro de un ring. De igual a igual. No había ira en los ojos de la chica, solo desafío.

       De pronto, él se dio cuenta de cuánto le había gustado aquel impulso que había terminado con la mano cerrada de la muchacha sobre su cara. No es que disfrutara con el dolor, pero esa agresividad repentina había conseguido despertar sus instintos más primarios. Sin embargo, no hizo nada. Al fin y al cabo, todavía continuaban en medio del pasillo y cada vez eran más los ojos que les taladraban como aguijones. Pero ninguno de ellos tan intenso como las pupilas femeninas que, sin proponérselo, le habían atrapado.

       Y lo peor de todo era que no sabía si quería escapar de ellos. Por eso no huyó, no se acobardó, les hizo frente y le sostuvo la mirada. Una mirada intensa, encendida, agitada por la ira. Ira que no duró mucho, pues ninguno podía enfadarse con el otro permanentemente. Es lo que tenían tantos años de amistad, que lo bueno, que no era poco, siempre prevalecía frente lo malo, que procuraba no ser demasiado.

       Fue en ese encuentro de pupilas en el que ella reconoció en la mirada de él la de aquel niño de ocho años que quería jugar a la pelota con ella. Entonces, puesto que su orgullo no le dejaba disculparse, solo una palabra salió de su boca suplicando un alto al fuego:

—¿Jugamos?

       No sé a vosotros pero a mí me ha encantado ¡en mi escuela no pasaban cosas tan geniales!... ¿o sí? Id pensando en los títulos que pondríais a los diferentes relatos de las escrituras conjuntas pues me gustaría que pudiéramos ponérselos entre todos.

       ¿Qué os parece? ^^