¡Queridas lectoras!
Mañana es Noche Buena, y como era de esperar, publicaré mi entrada dedicada a estas fiestas... pero no esperéis nada alegre. Para mí, la Navidad, es una silla vacía.
Nunca me ha gustado la Navidad, me parece una época del año muy triste, en la que echamos de menos a las personas que están de viaje, viven lejos o han muerto. Siempre he estado echando de menos a alguien. Pero además, estos últimos años están siendo los peores y creo que la situación, por naturaleza, lejos de mejorar, seguirá empeorando.
Por lo que he decidido afrontarlo y hablar de ello.
La Navidad parece ser la excusa perfecta para reunirse con los amigos, la familia y los seres queridos, cometer algunos excesos, estar feliz sin razón y perdonar los errores cometidos durante el año. Se supone que debe ser una época bonita.
Se crean rituales que se repiten cada año, se añaden las nuevas generaciones y afloran los nervios, preparativos y regalos, pero... ¿por qué sólo sucede ésto durante las dos semanas que duran las vacaciones? Por qué no reunirse durante el resto del año, continuar las llamadas, la correspondencia, la amabilidad y hacer las paces. Por qué esperar al 25 de Diciembre. Para las personas que carecemos de creencias religiosas nos es indiferente esta fecha en concreto. Bien podríamos acordarnos de nuestros seres queridos en su cumpleaños, aniversario o bien un día cualquiera sólo porque les queremos.
Esa es mi idea. Acordarme cada día de las personas a las que quiero y que me quieren, sin necesidad de esperar a que llegue esta época del año, que además es fría y oscura.
Al igual que San Valentín debería estar dirigido a todas las personas que comparten amor, independientemente del parentesco que les una, y debería celebrarse cada día como si fuera el último, el espíritu navideño debería sentirse cada mañana al despertar aunque al otro lado de la ventana no haya nieve, ni calcetines colgados de la chimenea, ni un pobre abeto muerto y ridiculizado en la esquina del salón.
No es que no me gusten las fiestas, no es que no quiera a mi familia. Sencillamente la Navidad, para mí, es algo triste, triste de recordar, vivir y sentir. Siempre ha sido así y ahora más que nunca. Por desgracia tengo la seguridad de que seguirá siendo siempre así. Lo que no significa que no haya otros momentos del año para la felicidad y la alegría, pero en mi caso, no será hoy.
Mañana por la noche, probablemente, volveré a sentirme mal, volveré a llorar y volveré a ver sillas vacías, no físicamente, no. Las sillas vacías duelen en el corazón, crean un vacío que absorve la energía y se abre paso como un gran agujero de bala, no se puede ver, ni tocar pero se siente de verdad, sé que está ahí, un enorme hueco en medio del pecho. Me miro al espejo y no hay nada, aparentemente, pero lo veo cuando cierro los ojos.
Ese enorme vacío se cierra cada noche cuando sueño con las personas que ya no están y se abre cuando me despierto. Unos días se abre con más fuerza que otros. La primera noche fue la peor, ni siquiera conseguía dormirme. La primera Navidad, la del año pasado también fue muy dolorosa, y así lo han sido muchos días señalados y otros porque sí.
Pero... también he de reconocer que hay algunos días en los que ese agujero no es tan grande y no duele tanto, lo noto, pero me deja respirar y sonreir. De esos días os hablaré más adelante. Pero no hoy, hoy me permitiré estrar triste, porque me hace humana y porque significa lo mucho que sigo queriendo a las personas que ya no están, esas que han dejado su silla vacía, y que llevo en mi corazón.
¡A todas las personas, estéis felices o no, os deseo lo mejor!