¡Queridas amigas!
Hoy hace exactamente 5 años de aquel día que me cambió la vida. Tomé una decisión que me ha dado otra perspectiva y hoy sigo sintiéndome orgullosa.
Éstas son las últimas gafas que llevé. Aún las conservo porque me recuerdan algo muy grande por lo que dar gracias.
Para una persona que sólo utiliza gafas para leer o para ver de lejos puede parecer algo absurdo. Pero para otras personas que, como yo, nos hemos perdido en la playa infinidad de veces, nos hemos tropezado dentro de nuestra propia casa y hemos sufrido mil anécdotas que todavía hoy siguen doliendo, este hecho es muy importante.
Tenía que aprenderme mi casa a oscuras para los días en los que perdía una lentilla, se me rompían las gafas o cuando las estaban graduando. Así podía moverme y encontrar lo que necesitaba sólo con el tacto. Por todas esas razones, siempre he tenido un miedo secreto a quedarme ciega.
Por suerte ahora mismo estoy más que perfecta, nunca he visto mejor. Y es un gran alivio levantarse por las mañanas y no tener que seguir el ritual de: ponte las gafas, ve al baño, lávate la cara y las manos, enjuaga las lentillas, póntelas, guárdalo todo. Y al contrario cada vez que te vas a la cama, la piscina, la playa, o sencillamente, cuando llevas demasiadas horas con las lentillas puestas y te secan los ojos.
Ahora me gustaría hacer una crónica de ese momento, cuando por fin decides abandonar ese objeto del que dependes para ser libre. Para empezar, necesitas dinero, mucho dinero. En España, actualmente no te subvencionan ni un 1% de la operación, por lo que debes pagarla y sale por unos 2.400 € los dos ojos.
Después debes elegir una clínica y comenzar el proceso, que dura aproximadamente un año. Comienza con la verificación de tus ojos, el cirujano necesita saber si eres apto o no para pasar por el quirófano. El ojo debe tener cierta cantidad de lágrima, la córnea debe ser lo suficientemente gruesa y un largo etcétera que no necesito concretar ahora.
En la primera revisión te miden diferentes parámetros del ojo y en las posteriores comprueban los resultados y te explican el proceso detalladamente. Mi experiencia estuvo llena de amabilidad y sonrisas por parte del equipo médico que en todo momento me mantuvieron informada y se preocuparon mucho por mí. ya que en mi caso se trataba de alguien con una graduación preocupante y no me dieron garantías de quedarme perfecta en la primera operación. Más adelante me confirmaron que mi recuperación fue muy rápida y no necesité la segunda intervención, cosa que agradecí.
Los meses anteriores a la operación son visitas periódicas a la clínica, con y sin gafas, con y sin lentillas. Entonces te dan el diagnóstico en el que te confirman si pueden operarte o no, y en caso afirmativo se fija una fecha, en mi caso, una semana después de mi diagnóstico. Concretamente el 15 de septiembre de 2008.
Durante una semana previa a la intervención no puedes llevar ni gafas ni lentillas, nada que modifique la visión. Y ésa fue una de las peores semanas de mi vida. Otras personas se hicieron cargo de mí. No podía leer ni cocinar, me resultaba muy incómodo salir a la calle, no veía los coches ni los semáforos, y en ocasiones me sentía desorientada y me perdía. Alguien tenia que cocinar alimentos fáciles de comer como macarrones o carne, y evitaba las sopas y pescados.
La televisión era tremendamente aburrida, no conseguía encontrar las emisoras de radio y ya no se me ocurrían conversaciones. No distinguía las prendas de ropa del mismo color, no sabía si me había peinado bien, por supuesto nada de maquillaje y la depilación no tenía sentido. Me imaginaba que me había duchado bien y tardaba siglos en encontrar la ropa que quería ponerme. No distinguía un cuchillo de un tenedor hasta que lo tocaba. Cuando me llamaban por teléfono, alguien debía descolgarlo por mí. Incluso me despedí de mis conocidos por Internet porque no iba a ser capaz de comunicarme durante esa semana y los días posteriores a la operación.
Esa semana fue un infierno. Pero yo estaba llena de ilusión y tenía grandes esperanzas de un futuro mejor. Esa semana acabó terminando y por fin, con un forro polar entré en quirófano, donde hace bastante frío para preservar la asepticidad de los instrumentos.
Ese día no podía llevar nada que contuviese alcohol, ni productos de belleza, colonia, ni siquiera desodorante, lo cual era bastante incómodo siendo septiembre. Cuando entré en quirófano me había tomado un calmante que me dieron allí mismo y tenía los ojos totalmente anestesiados con gotas, veía peor que nunca, a penas luces. Una enfermera a la que no le vi la cara me acompañó del brazo hasta la camilla. Allí me esperaba el cirujano al que ya conocía y mediante el tacto me indicaron dónde debía tumbarme.
La operación duró unos 10 minutos escasos. Se me pasó de forma rápida y entretenida. No dolía absolutamente nada y a penas notaba que alguien me tocaba. La camilla la movían suavemente y me pedían que mirara en varias direcciones: hacia mis pies, hacia la voz del médico, hacia mi derecha o izquierda. Y eso es todo lo que debía hacer.
Ahora me gustaría desmentir algunas ideas erróneas que tienen las personas que no conocen el proceso. Por ejemplo, no da ningún miedo, porque, sencillamente, no se ve nada, todo es blanco y muy luminoso, está desenfocado y no se distingue nada. Ni hay instrumental que asuste, ni se ve el láser ni nada. Primero operan un ojo, después el otro. Y es imposible que se confundan porque continuamente repiten los datos en voz alta: paciente María... ojo izquierdo... medidas... Por lo que está todo muy controlado.
El láser al principio asusta porque hace mucho ruido y huele a quemado, pero bien podría ser que el vecino ha hecho una obra en la habitación de al lado, pues no sientes ni dolor, ni quemazón ni nada desagradable.
El ojo tiene una película transparente a modo de piel que se llama córnea, eso lo cortan y lo abren para operar por dentro pero el paciente ni se entera de lo que ocurre porque ni se ve ni se siente. Te lo van narrando en voz alta para tú tranquilidad y sin embargo no sabes si es verdad o no porque sólo ves luz blanca, es como estar en el cielo, sobre todo por la sensación de drogadicción que te provocan los calmantes. Sólo hay un momento que puede desorientar un poco en el que no se ve nada durante unos segundos, y cuando digo nada no quiero decir que se ponga todo negro, sino que no se ve nada, nada de nada, pierdes la visión ¿por qué? no lo sé, pero luego vuelve la luz blanca y el corazón retoma su ritmo normal.
El láser es una luz de colores, hay rojo y hay verde, una es la del médico, la otra la tuya, ves un puntito rodeado de más puntos pequeños, tienes que mirar fijamente al puntito y olvidarte de lo demás. En el caso de moverte, girar la cabeza o mirar hacia otro lado, el láser automáticamente se para, cosa que sucede a menudo y no le dan la mayor importancia, se vuelve a conectar y se continúa con el procedimiento. Cuando terminan tapan de nuevo la córnea con toquecitos que se notan pero no molestan.
También hay detalles que quiero aclarar, por ejemplo el hecho de que te pinzan los párpados para que no puedas cerrarlos. Sí, te ponen una pinza metálica y fría que notas en la cara pero en el ojo no, porque lleva mucha anestesia en gotas que no paran de ponerte cada pocos segundos. Hay una enfermera a tu lado que sólo se encarga de eso, lo sabes porque la notas cerca y la oyes, pero tampoco le ves la cara. Esas pinzas de las que hablo te permiten parpadear, de hecho, puedes hacerlo sin problemas, pero el ojo no se cierra, te deja hacer el movimiento pero no te permite terminarlo, lo único que te advierten es que no cierres el ojo fuertemente porque la pinza te lo impedirá y te harás daño, pero si te relajas y parpadeas de forma normal, no pasará nada. También te pegan las pestañas al párpado con un poco de esparadrapo que luego retiran y no te lastima para nada.
Y aquí es dónde termina la operación en sí, acaban los dos ojos y te retiran las pinzas. Te ayudan a incorporarte y sucede el milagro. Se supone que la operación no es instantánea, ves mejor conforme te recuperas, pero para mí sí lo fue. Pues yo no veía prácticamente nada cuando entré y al levantarme de la camilla vi la cara del cirujano, vi a la enfermera, el suelo, el techo, el instrumental, las máquinas, el láser... y era lo más bonito que había visto en mi vida. Me emocioné mucho y quise salir corriendo a verlo todo con mis nuevos ojos pero no me dejaron, pues el proceso de recuperación no había hecho nada más que empezar.
Una vez operada tras esos 10 minutos, me obligaron a cerrar los ojos y con ellos cerrados me pasaron a una sala a oscuras con otras personas que estaban en mi misma situación. No las vi pero sabía que estaban allí, las escuchaba respirar, y ellas a mí.
Allí me dejarían descansar sentada cómodamente una media hora, durante la cual me prohibieron dormirme.
Durante esa media hora a veces se abría la puerta y nombraban a las personas que estaban allí conmigo, no recuerdo ningún nombre en concreto, sólo esperaba escuchar el mío: María...
Y entonces levanté la mano, alguien me la cogió y me indicó la salida, a partir de ahí mi familia me recogería y me llevaría a casa. Y los vi, los vi al fondo, sentados esperándome. Entré allí sin ver nada y ahora distinguía las caras, no lo veía todo perfecto pero para mí ya era cuanto había soñado.
Me fui contenta y feliz. Mi familia estaba terriblemente preocupada por lo mucho que había tardado (a mí se me pasó volando) y creían que había sufrido mucho pero al verme sonreír, se disiparon sus dudas.
Eran las 10 de la mañana cuando entré y salí aproximadamente a las 11. Por lo que debía irme a casa y volver al cabo de dos horas, a la una aproximadamente. Ésa era mi primera revisión post-operatoria. Durante esas dos horas debía estar tranquila, con los ojos cerrados y tenía prohibido dormirme. Yo recuerdo haberme sentado en el sofá y de repente me despertaron para ir a la revisión. Me vieron cansada y decidieron no despertarme, ¡a la mierda la prohibición! Cuando llegué a la clínica veía todo a mi alrededor con una claridad que no había sentido en mi vida, sin la barrera de lentillas ni gafas.
Todas las revisiones fueron de resultados excelentes. Sin problemas, ni molestias y debía ponerme unas gotas cada pocos minutos, que en ocasiones eran cada segundo. Pues el efecto de la anestesia se iba y dejaba un dolor insoportable, como si llevara los ojos llenos de tierra. Pero me miraba al espejo y no encontraba lo que me causaba el dolor. Es normal, y al cabo de unas semanas se calma. Es fácil de soportar si metes lágrima artificial en la nevera y te la pones continuamente, porque el frío es un calmante natural.
La segunda revisión la hacen al cabo de una semana, después debe pasar un mes y así hasta que pasan unos 6 meses. En cada revisión ves mucho mejor, pasa el tiempo, se cicatriza la córnea (de forma invisible) y llega el día en el que la enfermera te firma un papel con el alta. Eso significa que estás totalmente recuperada y no tienes que volver a aparecer por allí. Es un día emocionante y para mí, uno de los mejores momentos de mi vida. Aún hoy tengo que seguir poniéndome lágrima artificial en ocasiones con mucho humo, viento con polvo y similares. Pero todo el proceso ha merecido la pena.
Ahora veo perfectamente, no fuerzo la vista ni necesito ningún tipo de ayuda. Tan sólo las gafas de sol, como cualquier persona. Pero continúo quedándome quieta unos segundos por las mañanas recordando mi antiguo ritual que ya no es necesario. Ésto me ocurre cada vez con menos frecuencia. Y mantengo algunas costumbres como aprender la estructura de las casas con el tacto por si alguna vez me quedo privada de la visión, pero ya no me molesta.
Si tuviera que admitir la única consecuencia negativa que ha tenido este cambio de vida son los brillos de las luces. Me explico: en la córnea queda una cicatriz invisible que hace que las luces se vean mucho más brillantes, la primera noche que salí a la calle tras la operación era como estar drogada: entre los semáforos, los coches y los escaparates, todo era luz. Pero poco a poco va desapareciendo, aunque no del todo. Ahora veo las luces muy brillantes, no es molesto salvo que mire una pantalla negra con letras blancas, como en el cine, las letras brillan por encima del negro y aunque se leen bien, no las veo como el resto de las personas. Y pienso: es un precio muy bajo el que he tenido que pagar a cambio de ver perfectamente. Y no me molesta en absoluto ir al cine con lo que yo llamo mis super-poderes a ver las luces brillantes.